jueves, 22 de enero de 2009

Los Peces.

¿Cómo viven? ¿Cuáles nos interesan?

Como todos sabemos, los peces viven dentro del agua y de ella obtienen el oxígeno a través de sus branquias; nadan con movimientos del cuerpo y de la cola, moviéndose hacia los lados gracias a las aletas natatorias; se desplazan verticalmente, manteniéndose a una profundidad determinada gracias a un órgano hidrostático llamado vejiga natatoria cuyo contenido gaseoso al ser regulado por el pez varía su peso específico. Además de la clasificación científica tradicional los peces se pueden clasificar también de acuerdo con su alimentación.
A los pescadores deportivos los que más les interesa son los más omnívoros (especialmente los carnívoros), que son los que pueden picar en su cebo; a los demás no les presta atención –aunque sean buenas presas- porque se alimentan con plancton y su captura con anzuelos se puede considerar un hecho puramente casual. Al pescador deportivo le interesa sobre todo la familia de los Ciprínidos de agua dulce, a la que pertenecen la mayor parte de los peces de río –como la carpa, el carpín, la tenca o el cacho, que son algunas de las especies más conocidas de Europa y de toda la franja templada-.
El pescador deportivo no es un ictiólogo pero debe tener algunas nociones sencillas acerca de los sentidos y la sensibilidad de los peces. En lo que respecta a la vista, debe saber que es mucho más probable que sea el pez quien vea primero al pescador y no al contrario. Esto se debe a la conformación de los ojos del pez, cuyo campo visual es más amplio que el humano –recordemos los objetivos fotográficos fish-eye, de ojo de pez-, y también a los efectos de la reflexión de la luz en la superficie del agua y la refracción dentro de la misma. En cuanto aparece la figura de un hombre de pie, al borde del agua, se hace muy visible, mientras que el pez tiene a su favor el hecho de encontrarse dentro de su ambiente natural, y cuando está cerca del fondo, cierto mimetismo dorsal. Un pequeño movimiento en la superficie líquida, un rizo o una ondulación mínima desvían los rayos luminosos y dificultan notablemente la visión de afuera a adentro del agua, y de adentro a afuera.
El pescador puede conseguir cierta ventaja si usa gafas de tipo Polaroid. El pez, desconfiado y miedoso se aleja en cuanto ve moverse una sombra en la orilla, aunque sólo sea una caña. Por eso es conveniente (y en los pequeños cursos de agua es indispensable) que el pescador se mueva con cautela. Los ictiólogos no se han puesto de acuerdo acerca de la capacidad de los peces para distinguir colores, sin embargo el pescador deportivo enseguida se da cuenta de que hay colores que los atraen más que otros. Así, cuando pesca con larvas de mosca de la carne las utiliza al natural o teñidas de amarillo, rojo, etc., de acuerdo con las condiciones atmosféricas y las especies tentadas. Lo mismo se puede decir de la pesca con oruga (otras larvas de insectos en general), y con moscas artificiales; tanto si están destinadas a realizar su “trabajo” en la superficie o bajo el agua, a igual forma más que ningún otro factor (meteorológico, etc.) es el color el que determina las veces que van a picar los peces.
El sentido del oído de los peces no es nada débil a pesar de que, al contrario que los mamíferos carecen de oído interno. Gracias a la facilidad con que las ondas sonoras se transmiten por el agua, el pez percibe bastante bien cualquier ruido, incluso el de una ligera salpicadura en la orilla. Por eso es ocioso recordar que no debemos hacer ruido ni tirar objetos al agua. Los efectos negativos que podría tener algo así sólo duran unos minutos si se está pescando en un gran río, pero la desconfianza del pez persiste durante mucho tiempo si se trata de un curso de agua más modesto, o de aguas quietas. Los peces tienen un importante órgano sensorial específico: la línea lateral –que es una sucesión de puntos sensibles bien patentes a ambos lados del cuerpo- ramificada en la parte anterior. Gracias a la línea lateral el pez percibe la dirección e intensidad de las vibraciones y variaciones de la presión del agua que le rodea, ya sean fuertes o débiles, aisladas o repetidas.
Es decir que percibe también el movimiento de los otros peces, lo que supone una ventaja para los peces depredadores que sienten aproximarse a su presa y se dan cuenta de su presencia. pero también supone una ventaja para el depredador por excelencia, el hombre, que utiliza cebos artificiales como las cucharillas ondulantes o de paleta giratoria, cuyas vibraciones provocadas por el movimiento del agua despiertan la curiosidad del pez y le atraen, incitándole al ataque.
Olfato: el pez reconoce y distingue no sólo el olor de los distintos alimentos sino también el de sus congéneres y el de otros animales acuáticos. Los orificios nasales se encuentran en la parte dorsal, encima de la boca, y su función no es respiratoria sino sólo olfativa (pues respiran a través de las branquias). (Los peces tienen en cada uno de sus ojos un ángulo visual bastante más amplio que el ojo humano.) (La apertura bucal del pez, en la mayoría de los casos es muy grande, comparada con las dimensiones del hocico.)
El tacto está relativamente poco desarrollado en los peces que tienen interés para el pescador deportivo. Sin embargo la función gustativa está muy desarrollada, desempeñada por las papilas gustativas que además de encontrarse dentro de la boca también pueden estar fuera, en los labios, en los barbillones y en otros puntos de alrededor de la boca. Gracias a estas papilas el pez “prueba”, por así decirlo, el sabor del alimento que se le ofrece, y los saborea mejor si éste es soluble al menos en parte, o es capaz de emanar “aromas” apetitosos. Este hecho es aprovechado por el pescador que añade aromatizantes a sus cebos naturales para darles “sabor”, y también recurre al cebado que atrae a los peces desde distancias considerables.
Por último, nos referiremos brevemente a la inteligencia de los peces. Es indudable que el pez aprende por experiencia –lo cual es una señal de inteligencia-. También es indudable que buena parte de su comportamiento está dictado por el instinto. Hay ciertos peces que demuestran no conocer el anzuelo pero huyen al ver la sombra del hombre en la orilla. Hay otros que no parecen tener miedo a la sombra pero reconocen bien tanto el anzuelo como el hilo y sólo pican si el cebo está escondido astutamente y presentado con sabiduría.
Deseamos citar el caso también de los minúsculos alburnos que en algunos lugares donde se realizan frecuentes concursos y se entrenan los participantes, se mantienen (debido al cebado) cerca de la orilla y si el pescador finge que tira el cebo se precipitan al lugar donde tendría que haber caído al agua: se trata de una especie de reflejo condicionado que demuestra que el pez, aunque sea pequeño, es capaz de recordar al menos durante algún tiempo los hechos y acontecimientos relacionados con su alimentación.
Por lo tanto, es justo afirmar que el pez no es ningún ser indefenso a merced del primer pescador que le tienda la trampa de un buen bocado enganchado en el anzuelo. Dispone de una serie de defensas instintivas y aprendidas y sólo se le puede capturar si el pescador es lo bastante hábil como para presentarle el bocado de la forma más natural y tentadora. Evidentemente, no todas las especies de peces se comportan de la misma forma.
Existen peces fáciles y peces difíciles, lo que también depende de las condiciones ambientales; al igual que entre los hombres los hay inteligentes y estúpidos, desconfiados y crédulos, atropellados e indecisos.
Otros aspectos psicológicos. La base de todo, la esencia del interés y la diversión de la pesca deportiva es la lucha a distancia entre el hombre y el pez, entre el cazador y la presa. Se trata de un hecho elemental y al mismo tiempo refinado.
El pez está a lo que salta, dispuesto a escapar a la menor señal de peligro, y el pescador se las ingenia para engañarle, sorprenderle y hacerle morder el cebo. También hay hechos curiosos: por ejemplo, no siempre el pez tiene hambre, o no siempre le apetece el tipo de alimento que se le ofrece; el cebo le incita pero él lo desprecia y mordisquea algo que ha encontrado en el fondo o que pasa a su lado arrastrado por la corriente, con aire de curiosidad o de enfado.
Se ha visto cómo los peces en aguas claras y poco profundan mordisquean y vuelven a soltar pedacitos de plástico o cera, pequeños plomos aislados que apenas se mueven, unidos aún a un pedazo de hilo. En estos casos el pez pica movido por la curiosidad.
También en aguas claras y poco profundas se ve cómo los pececillos se hartan de pasta compuesta, que se les echa en bolitas, mientras que desprecian a las larvas muertas que se lanzan al agua al mismo tiempo. Pero en cuanto se les ofrece una larva viva ensartada en el anzuelo, que se mueve ante sus ojos, la atacan rápidamente y pican, haciéndose capturar. Este comportamiento no sólo se explica por la capacidad de discriminación sino también por la agresividad inmediata e instintiva que caracteriza a la fauna piscícola.
Por último citaremos un caso fácil de observar: un banco de percas ignora a una pequeña cucharilla giratoria que se hace pasar entre ellas. Una vez más se la hace pasar a través del banco y los peces las esquivan, como si les molestara; una nue va pasada y de nuevo se apartan los peces. A la cuarta pasada la perca más grande se vuelve de repente y da un mordisco, enganchándose en la punta del anzuelo. Esta vez parece que algo ha picado a causa de su irritación, de su rabia. Esta amplia gama de posibles comportamientos de un pez, que aquí apenas hemos esbozado, constituye el aspecto más apasionante de la pesca deportiva, y estimula la curiosidad del que la practica, así como un afán de perfeccionamiento en las técnicas.
La curiosidad y la búsqueda de técnicas adecuadas para obtener buenas capturas van a acompañar al pescador toda su vida, excitando su imaginación, facilitando sus éxitos y compensándole de la desilusión del fracaso.
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